Nunca
he visto a Elena. Ni siquiera en fotografías. Podría incluso
afirmar que a Elena no la conozco de nada. Tan solo sé de ella dos cosas. Que
tiene como compañera inseparable a su larga melena rubia y que le gusta escribir (*). De ahí que haya tecleado su nombre y dos apellidos en Google. En
tan solo 0,45 segundos. O lo que es
lo mismo, lo que viene a ser una cuarta parte y mitad de un suspiro, obtengo 9.130 resultados. Es una cifra que encuentro
preciosa. Creo que es porque tiene algo de cuenta atrás. Empieza por un 9 y
termina en un cero. En el medio, como si fuera un sándwich de jamón y queso tenemos un 1 y un 3. Lo que viene siendo,
un solitario y una multitud. ¡Curioso contraste numérico
el que Google le regala a Elena!.
Decido
que es mejor descartar los dos primeros resultados. El primero es el del perfil profesional en
Linkedin. El segundo el de Facebook. Ambos me llevarían directos
a Elena. Pero, como todo esto es en realidad un viaje, eso sería hacer trampas.
Por eso me voy al tercer resultado. Es de una entrevista que le hicieron en La Vanguardia hace ya algún tiempo. Allí Elena afirmaba que: “alguien me dijo, una vez, que cada uno crea su propia realidad. Y decidí, entonces, que la mía sería
muy pero que muy buen rollera…”. En
la misma entrevista Elena explica las razones por las que escribe en un blog donde solo tienen cabida
las buenas noticias. Lo hace porque
cree que “hay mucha
gente que hace cosas buenas” y eso “es algo que vale la pena compartir”. Al principio,
tan solo tenía como sus lectores a sus amigos.
Hoy, Elena confiesa que le impresiona saber que tiene lectores de todos los rincones del mundo. Piensa
que esto sucede porque las historias
que cuenta tienen todas algo en común: “todos queremos
ser felices. Lo que pasa es
que, a veces no sabemos cómo”.
Incluso a ella y a su inseparable y larga melena rubia les pasa.
La cosa podría acabar aquí si no fuera porque Elena, además de escribir
historias que tienen en común la búsqueda de la felicidad también es
licenciada en Historia. Supongo que eso explica que su primer libro de micro
relatos se titule “Historias que acaban aquí” (Arola
Editors, 2011). Pero, no fue este libro,
sino el segundo (“Lo que había tras los
velos”) quien trajo a
Elena al viaje de mi vida. Podría decir que llegó a mis manos por una casualidad pero eso sería del todo
incierto. Pues la conozco desde hace unos cuantos años. Hemos compartido
experiencias, buenas y dolorosas, y lo
que sí debo confesar es que la llegada de Elena me pilló haciendo las maletas
en busca de respuestas.
Partiendo del imperativo “conócete
a tí mismo”, Elena hace un recorrido espiritual de las etapas por las que
hemos de viajar para llegar a la luz.
Es un viaje que, más tarde o más
temprano, nos toca hacer a todos. Por eso sé que da un poco igual lo que Google
me diga de Elena y que no es casualidad que su libro llegara a mis manos. Sé
que, lo que de verdad importa, no es el cómo,
ni el quien sino lo que nos dice Elena. Que puedes irte
tan lejos como quieras a buscar donde está la fuente de nuestra sabiduría. Cuando la encuentres, te sorprenderás.
Porque la fuerza, la inspiración,
que necesitamos para ser felices
reside en un único lugar. En nuestro interior.
En nosotros mismos. Por eso, los que
tengan previsto salir al viaje de la vida, recuerden incluir a Elena y sus
historias en el equipaje. Elena,
muchas gracias por guiarnos en este viaje
tan extraño de la vida.
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